sábado, septiembre 30, 2006

Laura


El otro día conocí a Laura, una chica muy guapa que rebosa simpatía y con la que inmediatamente congenié. Me dijo que era lesbiana y yo, que al oír eso me quedé un poco aturdida, traté enseguida de reponerme y de aparentar naturalidad. Me invitó a salir una noche con ella para tomar una copa en un bar de chicas. Para que conociera el ambiente. Le dije que no soy lesbiana, me miró como si acabara de ver a un marciano y me respondió que ya lo suponía, que únicamente me invitaba como amigas.
He pensado mucho si aceptar la invitación de Laura porque aunque me producía una considerable excitación y una aún superior curiosidad, también me provocaba el ridículo temor de verme como protagonista de una inimaginable celada, pero después de reflexionar durante unos días y tras obtener el permiso de mi Amo, decidí salir con Laura a tomar esa copa y descubrir, de alguna forma, un mundo diferente al que conozco.
Ayer estuve en Escape. Es un bar como cualquier otro de los muchos que sirven copas. Decorado de manera funcional, predominan los tonos blancos y negros, tiene una barra extensa y al fondo varias mesas que, esa noche, estaban a rebosar. Lo primero que llama la atención es que allí no hay hombres. Lo segundo, aunque tal vez más importante, es que una se da cuenta enseguida de que las clientes de aquel lugar son, en su mayoría, auténticas bellezas, chicas de apariencia femenina, elegantes y muy alejadas del estereotipo que una ignorante como yo había forjado en su mente. Nos acercamos a la barra y pedimos la consumición y mientras la apurábamos inmersas en una charla distendida y amena, se nos acercaron varias chicas, amigas todas de Laura y a las que me fue presentando. Empecé a sentirme nerviosa, no ya con los besos de saludo en las mejillas, sino con el ambiente que se estaba creando. Nadie me preguntó nada ni tampoco Laura lo dijo pero desde el primer momento me di cuenta de que todas aquellas chicas daban por hecho que yo también era lesbiana y tengo que admitir que ese pensamiento me produjo una innegable convulsión interior.
Era tarde cuando Laura y yo salimos de aquel lugar. Se ofreció para llevarme en su coche de regreso a casa y yo acepté sin mostrar ninguna duda, satisfecha de como había transcurrido la noche y de la experiencia que había tenido. No recuerdo de que hablamos durante el trayecto, quizá porque no fue de nada importante. Posiblemente quedamos para repetir la salida en una fecha no determinada. Tampoco sé si hubo alguna frase subliminal o si mi nueva amiga hizo algún intento de acercamiento, pero lo que sí recuerdo porque es algo que no podré olvidar es la sensación que me invadió cuando mis labios se apretaron contra los suyos y se mantuvieron allí, acaso un instante o tal vez una eternidad.
Y sigo sin ser lesbiana.

martes, septiembre 26, 2006

Me gusta ser una perra



Soy la perra de mi Amo y aunque sé que muchos se sentirán escandalizados, quiero gritar a todos que me siento orgullosa de serlo. También soy la puta que sirve a mi Señor, la que usa según sus deseos, y aunque haya personas que piensen que soy una pervertida, una viciosa o alguien despreciable, debo decirles, a ellos y a los demás, que quiero ser aún más puta, más viciosa o más pervertida. Pero que nadie se confunda, no soy una puta cualquiera ni me pongo en una esquina, sólo sirvo a mi Dueño.

Hace poco me preguntaron cómo solía llamarme mi Amo, qué termino empleaba para dirigirse a mí. Yo les dije que me llama puta y me llama perra, aunque a él le gusta más que sea su perra y no tanto su puta, si bien es corta la diferencia. Algunas veces, pocas, me dice algo más humillante pero sólo cuando pretende ser más severo o estimularme especialmente.

Y a mí me gusta haberme ganado el honor de ser su perra y deambular por el cuarto a cuatro patas, lamer el suelo o acurrucarme junto al sillón que suele ocupar él. Por eso, también, me enorgullezco de llevar su collar alrededor del cuello y una correa enganchada a él, con la que me lleva de un lado a otro, o de saber que pronto voy a comer de un recipiente en el suelo y a beber del mismo modo, sin poder hacer uso de mis manos. Lástima que, de momento, no sea capaz de ladrar.

lunes, septiembre 25, 2006

La bienvenida


La mansión luce sus galas como en las mejores ocasiones. El Amo ha ordenado que se limpie todo, que se coloquen los ornamentos que se exhiben en las fiestas, que resplandezcan las lámparas, los metales y las joyas, que se prepare la mesa como en aquella fiesta que todavía se recuerda, cuando la aristocracia entera acudió a festejar la inauguración de la casa, hace ya muchos años. El Amo me ha ordenado que lo supervise todo, que mire estancia por estancia, incluída la mazmorra donde debo preparar los instrumentos para que estén radiantes y en perfecto uso. Me ha dicho que si algo falla yo seré la responsable, que si la ceremonia no sale como él desea me privará de su presencia durante el tiempo que necesite para purgar mi falta.
Pero todo está en orden, todo brilla y el aroma de las flores que los jardineros han cortado esta misma mañana, lo invade todo. Porque hoy es el día, porque hoy regresa mi hermana, hija pródiga o esclava confundida que se creyó repudiada mientras en la Torre el Amo intentaba aminorar su tristeza con el recuerdo de un tiempo distinto y mientras yo me consumía en la soledad de mis cuatro paredes, conocedora por ella y por él de los entresijos de una ruptura que no fue más que la rebeldía de una sumisa que se creyó una incomprendida.
Y hoy es el día de su regreso. Ella le ha rogado que la permita volver y él ha accedido al instante porque nunca había cerrado los brazos ante la posibilidad de un regreso.
elena entra en el gran salón cubierta únicamente por una túnica transparente mientras el Amo, sentado en el sillón del fondo, espera su llegada y mientras yo, de rodillas a su lado, siento que el corazón me palpita con más fuerza. elena llega frente al Amo, se despoja de la túnica y se arrodilla para presentarse. El Amo le da la bienvenida y ella susurra un agradecimiento que apenas sale de su boca por la emoción. Luego, el Amo se pone en pie y ayuda a su esclava a levantarse. Le permite ir junto a él pero cuando pasa por mi lado, se detiene un instante, me toma del brazo y me obliga a levantarme también. Luego, nos señala la ropa que desea que nos pongamos y nos ordena que le acompañemos por los distintos salones hasta llegar al gran comedor donde se va a celebrar la cena de bienvenida.

sábado, septiembre 23, 2006

El pulgar del Amo

Estoy en un rincón de la mazmorra, desnuda y de rodillas, sentada sobre mis talones y con las manos esposadas detrás de mi cuerpo, pero no me hallo mirando a la pared, sino al frente, al lugar donde mi Amo prepara la sesión.
En la otra esquina se encuentra elena, mi hermana, en la misma postura que yo aunque parece más abstraída, ensimismada en sus propios pensamientos. Yo no pienso en nada; miro lo que sucede, al Amo que está atando las muñecas a una chica de la que apenas sabemos nada y a la que dimos la bienvenida en una ceremonia pomposa, con los rituales propios de este tipo de acontecimientos.
Ahora, siento un escalofrío mientras contemplo cómo rodea sus muñecas con unas esposas de cuero y cómo engancha a ellas una cadena que cuelga desde una argolla en el techo. Es una chica muy hermosa, rubia, alta, con un cuerpo que se realza merced a su desnudez. El Amo se retira unos pasos y la contempla. Luego, se dirige hacia la mesa en la que están depositados los instrumentos. Regresa con uno de esos látigos que llaman gato en la mano, se acerca a ella y acaricia sus nalgas con la mano que tiene libre. Un instante después, descarga el primer azote, un golpe que me parece excesivamente suave. Durante los siguientes minutos, el Amo va azotando a la chica con intensidad creciente hasta lograr que gima con los impactos. No puedo imaginar lo que siente, aunque sé lo que siento yo. Dolor con cada azote que recibe, un dolor profundo y nada satisfactorio; rabia por no ser yo quien recibe cada golpe, porque no sea mi piel la que se estremezca con cada impacto. Envidia, ¿sana? por no poder cambiarme por ella, porque esta noche soy una actriz secundaria. Tristeza porque los ojos del Amo no me miran, porque están fijos en esa chica que se convulsiona con cada golpe, que da las gracias tras cada azote.
Va pasando el tiempo y mi Amo no la deja. De los azotes pasa a las cuerdas y de las cuerdas a la humillación de las órdenes, de las acciones o de las palabras. Me consumo en mi rincón. Quiero levantarme y correr, quiero que me castigue para ser yo la protagonista. Pero no me muevo porque no debo hacerlo, porque soy su sumisa y lo respeto, porque él tiene los derechos. En vez de eso, miro a elena pero elena parece que no está y no sé si no le importa o da por perdida la batalla.
El Amo ha terminado de soltar a la chica y antes de devolver el último instrumento a la mesa, le susurra algo al oído. La chica sonríe y el Amo sonríe también y a mí se me revuelven los pensamientos porque comprendo lo que va a suceder. Estoy a punto de llorar, me cuesta trabajo retener esa lágrima que pretende escapar de mis ojos mientras que el Amo sigue sin mirarme y sin dar muestras de que sabe que estamos allí. Ambos cruzan la habitación para desaparecer tras la puerta y en ese instante averiguo adónde van. Y sé que no lo soportaré, que ya me está doliendo el alma. Entonces, aparece en el cuarto de nuevo, nos mira, primero a elena y luego a mí, sonríe y, tras guiñar su ojo derecho, levanta el pulgar de su mano. Y todo vuelve a ser como era ayer.

martes, septiembre 19, 2006

elena, elisabo, maria, silvia y otras niñas aspirantes


Todas estas chicas mantienen entre ellas una relación muy particular. Por favor, ordene las preguntas según sus preferencias, desde la que considere más acertada hasta la que juzgue con menos posibilidades de ser cierta. Entre todos los acertantes se sorteará una visita guiada al lugar de residencia de las chicas, con la posibilidad de tomar una copa con ellas, bajo la estricta mirada, eso sí, del dueño de la mansión

- Alumnas de un instituto.
- Dependientas de unos grandes almacenes.
- Jugadoras de un equipo de fútbol.
- Secretarias de una oficina.
- Mujeres de mala vida en un burdel.
- Soldados de un ejército.
- Favoritas de un harén.
- Amantes de un seductor.
- Camareras de una pizzería.
- Sumisas de una cuadra.

Pido perdón a mi Amo por atreverme a poner esta broma.

domingo, septiembre 17, 2006

Contrato


Soy tu sierva y te servire fielmente y sin ningún límite durante toda la vida, renunciando a toda libertad a la que tuviera derecho.
A cambio, Tú me protegerás, me mantendrás a salvo, me guardarás. Tú preocuparás también de que esté siempre sana y me tendrás alejada de todos y cada uno de los demonios.

Del contrato de una antigua esclava egipcia al prior de Saknebtynis

jueves, septiembre 14, 2006

Semántica


No me gusta la palabra sumisa porque no expresa correctamente lo que yo deseo. Porque es verdad que soy sumisa pero también lo es que no puedo ser sumisa de nadie. Al menos si se quiere hablar correctamente y desde un punto de vista formal. Ser sumisa es una característica, un adjetivo, pero no un sustantivo. Por tanto, decir que soy sumisa es tanto como decir que soy guapa o fea o alta o lista. Y no soy guapa ni fea ni alta ni lista de nadie. Por eso no me gusta la palabra sumisa, aunque sé que es la que se usa en el mundo BDSM. Que me digan que lo soy, que me comporto como tal pero que no se diga que nadie es sumisa de nadie.
Me gusta la palabra esclava, aunque sé que tiene connotaciones que la hacen inaplicable en muchos casos. En el mío, seguramente, porque aún no he hecho los méritos necesarios o me he comprometido lo suficiente o reúno las condiciones para serlo. Porque es un grado que me tiene que dar mi Amo. Pero es la palabra que corresponde porque es un sustantivo y por tanto se puede ser esclava de otro.
Así que, o bien soy sumisa con mi Amo o para mi Amo o soy sumisa y la esclava de mi Amo o soy esclava y pertenezco a mi Amo.
Aunque es probable que todo esto no sea más que una tontería.

lunes, septiembre 11, 2006

Ausencia


Percibo su ausencia en lo más profundo de mi alma, en ese lugar en el que se guardan los sentimientos más sinceros. Paseo por el cuarto que compartimos y sé que me falta algo, que nada es como ayer. Me vuelvo para mirarla y me doy cuenta de que ya no está, de que sólo puedo ver el vacío. Pronuncio su nombre sin querer comprender que no hay voz que pueda responderme.
Y me pregunto si ha sido una huída o una rendición o un hartazgo o la consecuencia absurda de un malentendido. ¿O era acaso algo meditado? Sé que nada de eso importa, que ninguna respuesta apaciguará esa soledad que me embarga, esa sensación extraña, tal vez inexplicable, que siento. Luego, entra mi Amo en la estancia y sólo con mirarle sé que también está triste, que si de él dependiera saldría en su busca para conducirla de regreso a la Mansión. Pero no lo hará porque es el Amo y el Amo no puede pedirle que regrese. Ha de ser ella la que inicie el acercamiento, la que suplique, la que se esfuerce, la que llame a la puerta. Si lo hace, el Amo me ordenará que corra a abrirla y yo le obedeceré y franquearé la entrada y le diré que pase, que entre en la casa de nuestro Dueño. Y una vez dentro, otra vez en ese cuarto que compartimos, me abrazaré a ella y le daré las gracias por ahuyentar de mí la soledad de su ausencia.
¿Lo harás, hermana?