miércoles, junio 30, 2010

El tiempo pasa



Es triste comprobar cómo la mayoría de las relaciones BDSM que existían cuando yo empecé la mía y durante los primeros años de ella, se han terminado y cómo, por tanto, un buen número de aquellos blogs, de aquellos contactos y de aquellos amigos han desaparecido. Ya sé que siguen existiendo Amos y esclavas que ya existían cuando yo empecé, que algunos, incluso, continúan formando parte de la misma relación unas veces, con nuevas parejas en otros casos, pero el paso del tiempo es inexorable, las prioridades y las preocupaciones de las personas son cada vez distintas, la edad va avanzando y la convivencia, a veces a una distancia considerable, constituyen un obstáculo insalvable.
Estoy segura de que durante estos años también habrán aparecido nuevas relaciones, nuevos Amos y Amas y nuevos esclavos y esclavas que, seguramente, desaparecerán también con el paso del tiempo. Y eso que estoy segura de que en el momento de establecerla, absolutamente todos estamos convencidos de que nuestra relación va a ser eterna.

lunes, junio 28, 2010

Hace tanto tiempo ya... Segunda parte



La verdad es que no sé por qué sucedió todo aquello. Desde luego, no puedo negar que yo misma quería que las cosas ocurriesen como realmente estaban pasando y que no sólo acepté los besos y los magreos de Javi, sino que en muchas ocasiones los busqué y los provoqué durante aquella noche. Siempre he pensado que la razón estaba justificada por mi propia situación anímica. No sería justo negar que me apetecía hacer lo que estaba haciendo, que en ningún momento me pareció inmoral o indecoroso, quizá porque era la forma de poner en práctica mi propósito de usar a los hombres para aprovecharme de ellos, para pasarlo bien con ellos o, más que eso, para considerarlos objetos de usar y tirar y que todo lo demás no eran más que anécdotas sin sentido. Pasé dos semanas inmersa en un mar de dudas, creyéndome un bicho raro, un ser pervertido hasta que decidir pasar a la acción y terminar con todos mis recelos. Entonces fue cuando descubrí que la vida seguía allí y que valía la pena vivirla, que se podía tener amigos y disfrutar de las cosas, que no había necesidad de enamorarse de un hombre para pasarlo bien con él, para darse un magreo o, incluso, para meterse en la cama a su lado. Después de un par de fines de semana saliendo con ella, esa noche había conocido a Javi y bien podía ser el primero en usar y tirar, aprovecharme de lo que pudiera ofrecerme y seguir después mi camino en otra dirección.
Sara y su amigo decidieron abandonar la discoteca y seguir la noche por su cuenta, pero Javi y yo preferimos quedarnos en Up y aprovechar la química que se había establecido entre nosotros para comprobar cómo se desarrollaban los acontecimientos.
El cuarto cuba libre acabó por marearme del todo pero aun así, acepté volver a la pista de baile y dedicar unos minutos a hacer otra de las cosas que había tenido que restringir considerablemente durante los últimos años. Aunque en esa ocasión sólo estuvimos bailando durante unos minutos. A Javi debió parecerle que la fruta estaba lo suficientemente madura para caer por si sola y, sin pensar ya que le iba a oponer alguna resistencia, me llevó a un rincón tan poco discreto como los demás pero un poco más distanciado del bullicio. Nos abrazamos y nos volvimos a besar. Notaba la aspereza de su lengua en mi boca y trataba de devolverle la caricia introduciéndole la mía. No sé el tiempo que estuvimos allí pero sí que en algún momento de aquel intercambio copioso de saliva se me ocurrió pensar que mi compañero habría decidido ya que yo no era más que una pequeña golfa ansiosa por conseguir sus favores. Yo sabía que no era cierto, que era la primera vez que me ocurría una cosa así y sin embargo, ese pensamiento, el hecho de que aquel chico estuviese tildándome de golfa me excitó hasta límites impensables.
Javi introdujo sus manos por debajo de mi jersey y de mi blusa para acariciarme la piel de la espalda y, tras unos momentos de incertidumbre, se decidió llevarla hasta mis pechos. Esa acción fue la última de nuestra estancia en la discoteca. Aquello me estaba gustando demasiado y pensé que aquel lugar no era el más adecuado para dar un paso adelante. Le propuse que nos marcháramos y, tras un titubeo, aceptó encantado. Sabía que me tenía a su merced y que a poco que se esforzara, no tendría muchas dificultades para lograr hazañas mayores.
El aire de la calle me despejó un poco, pero no lo suficiente para que mi cabeza retornase a la normalidad. Javi me cogió por el hombro y yo rodeé su cintura con mi brazo y, durante un rato, anduvimos en silencio, abrazados e intercalando algún beso, alguna sonrisa bobalicona o algún achuchón provocador. Creí que estábamos caminando sin rumbo, tal vez dando un paseo, cuando, de pronto, nos encontramos frente al portal de lo que resultó ser su casa, un bloque de apartamentos en alguna calle que en aquel momento no identifiqué.
Le pregunté que qué era lo que hacíamos allí y entonces me respondió que era allí donde vivía. Me reí como una tonta.
-¿Subimos?
-Bueno.
Salvamos a trompicones los primeros peldaños de una corta escalera, nos morreamos en el ascensor y penetramos en un piso que me pareció bastante destartalado y sucio. Javi me hizo una seña poniendo el dedo índice sobre los labios para indicarme que no hiciera ruido y yo comprobé que había luz bajo algunas de las puertas por las que pasamos al recorrer aquel pasillo. Enseguida penetramos en su dormitorio y allí, Javi me quitó el jersey y se quitó el suyo, me desabrochó la blusa y se desabrochó la suya, se esforzó por sacarme los pantalones y se despojó con facilidad de los suyos….

…El chico que compartía la cama conmigo se dio la vuelta con pereza, resopló, gruñó durante un rato y abrió un ojo. Al verme allí, mirándole con sorna, abrió el otro y me devolvió la sonrisa.
-Hola -me dijo sin moverse.
-Hola -le contesté.
Fue al responder a su saludo cuando me di cuenta de que tenía la boca completamente seca y pastosa. Especulé con una posible causa y aunque era probable que esa sensación estuviera motivada por el exceso de alcohol, enseguida se me vino a la mente otro motivo más embarazoso. Ya me había pasado algunas veces. Por eso, hice un esfuerzo por recordar cada vivencia, cada acto por pequeño que fuese, pero tenía muchas lagunas, seguramente por ese alcohol que había ingerido. Me llevé la mano a la cara y luego a los labios; nada definitivo aunque sí revelador. Intenté seguir haciendo memoria cuando el chico propietario de la cama volvió a abrir los ojos y a mirarme fijamente. Me sonrió y se abrazó a mí. Me besó en la cara.
-¿Has dormido bien? -me preguntó retirándome algunos cabellos que me cubrían el rostro.
-Sí. Hemos estado toda la noche aquí, ¿verdad?
-¿Ya no te acuerdas?
-Sólo de algunas cosas, bebí mucho anoche.
Se incorporó levemente y cogiéndome de los brazos, maniobró para ponerme boca arriba sobre la cama. Entonces, empezó a sobarme con aparatosidad.
-Pues tendremos que repetirlo para que te acuerdes.
-Estate quieto. ¿Qué hora es?
-No sé, las once o las doce.
-Pues tengo que irme.
Se puso a besarme y tras unos segundos de duda, respondí a sus besos con los míos. Nos empezamos a acariciar, sentí sus manos entre mis muslos y cuando quise darme cuenta, lo tenía encima de mí sin posibilidad y sin deseo alguno de zafarme.
-¿Te vas acordando?
Terminamos en unos minutos, como si los dos hubiéramos sido conscientes de que la mañana iba avanzando y se estaba haciendo tarde. Permaneció encima de mí unos segundos más, con la cabeza metida detrás de mi hombro, intentando recuperarse del esfuerzo. En esos momentos que pasamos en silencio, se me vino a la cabeza algo en lo que todavía no había reparado: que aquella era la primera vez que me acostaba con un chico sin que hubiera amor entre nosotros, sólo por practicar sexo, porque nos habíamos gustado, únicamente por el placer que íbamos a obtener. Y curiosamente, me sentí satisfecha de haberlo hecho, con la sensación de que había roto las últimas cadenas que me ataban a ese pasado que deseaba olvidar.
-Tengo que irme -le dije mientras me movía para que se diera cuenta de que quería salir de la cama. Javi se echó a un lado y yo aproveché para terminar de zafarme de él y saltar al suelo, donde me puse a buscar mi ropa como una idiota. Estaba completamente desnuda, paseándome de un lado a otro de la habitación mientras recogía una prenda por aquí y otra por allá, pero no tenía ninguna sensación de ridículo, ni siquiera de pudor.
-Oye, ¿dónde están mis bragas? -le pregunté harta de mirar por todos lados.
-No tengo ni idea, tú sabrás.
-Me las has escondido, ¿verdad? Anda, dámelas.
-No me jodas -vi que se sentaba en la cama-. ¿Para qué quiero yo tus bragas?
Las encontré liadas entre la colcha. Me las puse y terminé de vestirme mientras él continuaba semi sentado en la cama, mirando divertido lo que hacía. Luego, le pregunté si había algún baño en el que pudiera terminar de arreglarme.
-Saliendo, la primera puerta a la izquierda.
Cuando, quince minutos más tarde, regresé al cuarto, había mejorado mi aspecto considerablemente. Por lo menos, había podido lavarme la cara, peinarme y hacer que mi apariencia no fuese la de una loca desarrapada.
-Me voy -le dije cogiendo el bolso de la silla en que debí haberlo dejado por la noche cuando llegamos.
-Nos volveremos a ver ¿no? -Javi se había levantado y se paseaba por la habitación en calzoncillos.
Le miré un instante; luego, me encogí de hombros.
-Tú verás.
-Dame tu teléfono.
Se lo di y él no anotó en uno de los innumerables papeles que tenía sobre la mesa. Antes de acercarse para besarme suavemente en los labios, me prometió que me llamaría el siguiente fin de semana. Luego, salí al pasillo y allí, antes de alcanzar la puerta, me crucé con un chico que, en pijama, parecía dirigirse al baño.
-Hola -me dijo como si el hecho de encontrarme en aquella casa fuese la cosa más natural del mundo.
-Hola -le respondí bastante incómoda por su presencia.
-Oye -se volvió cuando ya iba a alcanzar la salida-. ¿Está Javi en su cuarto?
Me giré para mirarle sin soltar el pomo de la puerta, le hice un gesto con la cara y esperé un segundo.
-Y yo qué sé -le respondí después.
Y salí a la calle con el pequeño sofoco que me había provocado el descubrimiento de aquel chico, un sentimiento que, a decir verdad, se me pasó enseguida, el tiempo que tardé en darme cuenta que no me importaba nada lo que pensara nadie de mí.




domingo, junio 20, 2010

Hace tanto tiempo ya..... Primera parte



Me despertó el ruido vibrante y monótono de lo que, todavía entre sueños, me pareció la sirena apremiante de una ambulancia que tardaba demasiado tiempo en pasar y que, sin embargo, no resultó ser más que la alarma inútil de algún coche estacionado que había saltado sin motivo alguno.
En cuanto abrí los ojos, aún en ese estado de duermevela que es propio del despertar, me di cuenta de que aquella no era mi cama ni el lugar en el que me hallaba mi habitación. La ventana estaba cerrada pero la persiana se encontraba a medio bajar y eso hacía posible que la claridad del nuevo día iluminara la estancia lo suficiente como para poder apreciar todos sus detalles. La primera impresión que tuve fue que era un cuarto pequeño sin apenas muebles y con las paredes prácticamente desnudas pintadas de un rabioso salmón en el que, a pesar de su estridencia, no recordaba haberme fijado. Únicamente había un póster muy grande de un paisaje marino que no reconocí, muy cerca de una estantería repleta de libros, algunos bastante pintorescos. La pared que había a mi derecha se hallaba ocupada por una mesa que podía identificarse como de estudio, llena hasta arriba de papeles, bolígrafos, cuadernos y un cenicero rebosante de colillas, y junto a ella, una silla de la que colgaban unos vaqueros que muy posiblemente eran míos.
Para ese momento de mi despertar ya me había dado cuenta de que no estaba sola y de que compartía aquel pequeño catre con otra persona, un cuerpo desnudo cuyo trasero se apretaba inmisericorde contra mi barriga. Fue entonces cuando sentí que tenía entumecidas las piernas, posiblemente porque apenas disponía de sitio para alojarlas en la cama.
Los primeros recuerdos llegaron enseguida a mi cabeza. Sara me había vuelto a insistir para que saliéramos esa noche con el ánimo dispuesto a todo, según sus propias palabras, y yo había tardado bastante en convencerme a mí misma de que no podía seguir viviendo atada a ese pasado que no dejaba de atormentarme y de que las dos o tres veces que ya había salido con ella no debían ser un paréntesis en mi solitaria existencia. Por fin acepté su invitación pensando que ya era hora de cambiar de actitud, que era totalmente libre, que podía hacer lo que me diese la gana y sobre todo, que llevaba muchas semanas sin alternar con amigos y sin salir con otra persona que con ella misma o con alguna otra amiga, la mayoría de las veces para lamentarme de mi mala suerte y para despotricar contra los hombres.
Decidimos ir a Up que era una discoteca de moda pero algo más tranquila, en lo que a su música se refería, que otras que había frecuentado en anteriores ocasiones. Yo nunca había estado allí y la verdad es que me gustó mucho. Era bastante grande, con una primera zona más alta, donde se hallaba la barra y la mayor parte de la gente, y otra en un nivel un poco más bajo, quizá un metro, donde se encontraba la pista de baile y un nutrido número de mesas. El sitio estaba bastante oscuro, iluminado con luces de colores y esas otras estroboscópicas que había sobre la pista y que daban ese aspecto tan raro a la gente que bailaba en ella. Estaba decorado en tonos rojizos y negros y la música que sonaba a toda potencia era diversa, alternando el rock más estridente con otras canciones más lentas y románticas.
Mientras trataba de descifrar los títulos de los libros que se hallaban en aquella estantería desordenada, recordé que Sara y yo nos dirigimos a un lugar de la barra que nos pareció menos concurrido pero al que , aun así, no fuimos capaces de llegar, teniendo que agradecer a algunos chicos que hicieran de intermediarios entre el camarero y nosotras, primero para trasmitirle nuestro pedido y después para que nos pasaran los dos cuba libres que habíamos solicitado.
No me acordaba de la conversación que habíamos tenido en ese momento, aunque me figuré que lo más natural habría sido que hubiésemos estado comentando los pormenores de aquella discoteca, pero sí tenía en la cabeza el recuerdo de que nos habíamos reído bastante, que habíamos bailado durante un rato y que habíamos regresado luego a nuestro sitio de la tercera fila de la barra. Llevábamos casi media hora en la discoteca cuando se nos acercaron dos chicos con bastante buena pinta. Uno de ellos era bastante alto, con el pelo un poco alborotado, los ojos enrojecidos por el humo del ambiente, y con un tipo estupendo. Llevaba un jersey oscuro y unos vaqueros celestes. El otro no era tan alto pero también estaba de primera, el cabello bien recortado, la sonrisa misteriosa y con una expresión que atraía. Vestía de forma parecida a su amigo, aunque posiblemente los colores no eran los mismos.
-Hola -dijo el más alto-. ¿Tenéis fuego?
-No fumamos -respondió mi amiga con mucho atrevimiento-, pero si os podemos ayudar en otra cosa.
-Pues sí -dijo después de dudarlo un segundo-. A lo mejor os apetece que bailemos un rato.
Me tocó hacerlo con el más alto que, por cierto, se llamaba Javi, con quien permanecí en la pista casi veinte minutos dando saltos sin tino al ritmo de una música con la que apenas había bailado en los últimos tiempos.
Aquel era mi primer ligue en muchos años y no sé por qué, ese detalle hizo que me sintiera más joven o, quizá, fuera más correcto decir más libre. No sé, el caso es que me sentía bien, contenta, con ganas de seguir con todo aquello.
Regresamos a la barra y pedimos nuevos cuba libres. Mientras nos los bebíamos me enteré de que Javi estudiaba económicas, que vivía en Málaga con su familia, pero que pasaba los fines de semana en Marbella donde compartía un piso con algunos amigos. Yo también le conté algunas cosas mías, aunque no le mencioné en ningún momento a Daniel ni mucho menos mi fugaz relación con Elías, motivo último de que me encontrase allí con él. El caso es que muy pronto averiguamos que nuestra conversación duraba más que nuestras bebidas y cuando quise darme cuenta, tenía otro vaso en la mano. Javi propuso que volviéramos a bailar, aprovechando que estaba sonando música más lenta. Me pareció bien, sobre todo porque los tres cuba libres me habían mareado un poco y no me sentía capaz de ponerme a trotar en medio de aquella pista sin correr el riesgo de rodar por el suelo vergonzosamente.
A partir de ahí empezaron los achuchones. Nos habíamos abrazado para bailar y Javi aprovechó la circunstancia para comenzar a mover sus manos por mi cuerpo. Primero lo hizo con bastante comedimiento, cambiándolas de sitio en mi espalda y arrimándose hasta hacerme sentir la presión de su cuerpo contra el mío o de sus caderas contra las mías. Pero cuando vio que no le ponía inconvenientes y que, aunque no le devolvía sus efusiones, tampoco las rechazaba y prefería hacerme la despistada, decidió pasar a la acción. Y es que a pesar de que hacía bastantes años que no había vivido una situación como aquella, tenía una cierta experiencia y sabía que si no mostraba un rechazo tajante a sus insinuaciones, le daría pie para lanzarse definitivamente. No sé si eso era lo que yo quería pero, desde luego, fue lo que hice. Un instante después, Javi me estaba besando disimuladamente en el cuello y estrechándome con sus brazos para que mis pechos se empotraran en el suyo. El siguiente paso fue el primer beso en la boca que hubo entre nosotros y que fue seguido de otros muchos antes de que regresáramos nuevamente a nuestro lugar cerca de la barra, donde nos reencontramos con mi amiga Sara y su compañero que, a juzgar por las apariencias, habían estado haciendo lo mismo que nosotros.
Para ese momento, Javi ya me rodeaba los hombros con su brazo con toda naturalidad y como si hubiéramos estado saliendo juntos durante varios meses cuando la realidad era que aún no hacía ni dos horas que nos habíamos conocido. De vez en cuando, retiraba el brazo de mis hombros y me rodeaba con él la cintura para, aprovechando mi estudiada indiferencia, bajar la mano hasta mi trasero y dejarla allí discretamente mientras escuchaba cómo mi amiga o el suyo contaban alguna tontería que a todos nos parecía muy graciosa.

domingo, junio 06, 2010

Zoofilia y otras prácticas



El comentario de hoy viene al hilo del último post que publicó el Amo Tarha en su blog acerca de la zoofilia. Espero que no piense que le plagio ni que quiero apostillar o contradecir lo que el asegura. Tampoco es que quiera hablar exactamente de zoofilia sino de las prácticas generales del BDSM y de cómo debe implicarse, según mi opinión, una esclava en ellas.
Es bien sabido por todos que una relación de Amo/esclava debe estar basada en el consenso entre las dos partes y que todo aquello que no haya sido consensuado debe ser evitado. En mi opinión, lo ideal y la meta a la que siempre he querido dirigirme es que la esclava no tenga ningún límite, que su sometimiento sea total, absoluto, durante todo el tiempo y en todas las materias. Es decir, que el Amo pueda ordenar a su esclava lo que quiera, cuando quiera y donde quiera y que el único derecho que le quede a la esclava sea el de dar por terminada la relación.
Por supuesto se excluirían las prácticas ilegales, ilícitas o que mermen la salud de la esclava.
Ya sé que esa es una situación que se da pocas veces, que es difícil llegar a ella pero estoy convencida que la ausencia total de derechos, de libertades, de intimidad y de limitaciones es lo que conduce a la relación plena entre un Amo y una esclava. Por supuesto, luego están los deseos del Amo que, aunque goce del derecho a hacer lo que desee no tiene por qué querer hacerlo si no es de su agrado o de su gusto, tal como ocurre en el caso de mi Amo con la zoofilia.