lunes, junio 28, 2010

Hace tanto tiempo ya... Segunda parte



La verdad es que no sé por qué sucedió todo aquello. Desde luego, no puedo negar que yo misma quería que las cosas ocurriesen como realmente estaban pasando y que no sólo acepté los besos y los magreos de Javi, sino que en muchas ocasiones los busqué y los provoqué durante aquella noche. Siempre he pensado que la razón estaba justificada por mi propia situación anímica. No sería justo negar que me apetecía hacer lo que estaba haciendo, que en ningún momento me pareció inmoral o indecoroso, quizá porque era la forma de poner en práctica mi propósito de usar a los hombres para aprovecharme de ellos, para pasarlo bien con ellos o, más que eso, para considerarlos objetos de usar y tirar y que todo lo demás no eran más que anécdotas sin sentido. Pasé dos semanas inmersa en un mar de dudas, creyéndome un bicho raro, un ser pervertido hasta que decidir pasar a la acción y terminar con todos mis recelos. Entonces fue cuando descubrí que la vida seguía allí y que valía la pena vivirla, que se podía tener amigos y disfrutar de las cosas, que no había necesidad de enamorarse de un hombre para pasarlo bien con él, para darse un magreo o, incluso, para meterse en la cama a su lado. Después de un par de fines de semana saliendo con ella, esa noche había conocido a Javi y bien podía ser el primero en usar y tirar, aprovecharme de lo que pudiera ofrecerme y seguir después mi camino en otra dirección.
Sara y su amigo decidieron abandonar la discoteca y seguir la noche por su cuenta, pero Javi y yo preferimos quedarnos en Up y aprovechar la química que se había establecido entre nosotros para comprobar cómo se desarrollaban los acontecimientos.
El cuarto cuba libre acabó por marearme del todo pero aun así, acepté volver a la pista de baile y dedicar unos minutos a hacer otra de las cosas que había tenido que restringir considerablemente durante los últimos años. Aunque en esa ocasión sólo estuvimos bailando durante unos minutos. A Javi debió parecerle que la fruta estaba lo suficientemente madura para caer por si sola y, sin pensar ya que le iba a oponer alguna resistencia, me llevó a un rincón tan poco discreto como los demás pero un poco más distanciado del bullicio. Nos abrazamos y nos volvimos a besar. Notaba la aspereza de su lengua en mi boca y trataba de devolverle la caricia introduciéndole la mía. No sé el tiempo que estuvimos allí pero sí que en algún momento de aquel intercambio copioso de saliva se me ocurrió pensar que mi compañero habría decidido ya que yo no era más que una pequeña golfa ansiosa por conseguir sus favores. Yo sabía que no era cierto, que era la primera vez que me ocurría una cosa así y sin embargo, ese pensamiento, el hecho de que aquel chico estuviese tildándome de golfa me excitó hasta límites impensables.
Javi introdujo sus manos por debajo de mi jersey y de mi blusa para acariciarme la piel de la espalda y, tras unos momentos de incertidumbre, se decidió llevarla hasta mis pechos. Esa acción fue la última de nuestra estancia en la discoteca. Aquello me estaba gustando demasiado y pensé que aquel lugar no era el más adecuado para dar un paso adelante. Le propuse que nos marcháramos y, tras un titubeo, aceptó encantado. Sabía que me tenía a su merced y que a poco que se esforzara, no tendría muchas dificultades para lograr hazañas mayores.
El aire de la calle me despejó un poco, pero no lo suficiente para que mi cabeza retornase a la normalidad. Javi me cogió por el hombro y yo rodeé su cintura con mi brazo y, durante un rato, anduvimos en silencio, abrazados e intercalando algún beso, alguna sonrisa bobalicona o algún achuchón provocador. Creí que estábamos caminando sin rumbo, tal vez dando un paseo, cuando, de pronto, nos encontramos frente al portal de lo que resultó ser su casa, un bloque de apartamentos en alguna calle que en aquel momento no identifiqué.
Le pregunté que qué era lo que hacíamos allí y entonces me respondió que era allí donde vivía. Me reí como una tonta.
-¿Subimos?
-Bueno.
Salvamos a trompicones los primeros peldaños de una corta escalera, nos morreamos en el ascensor y penetramos en un piso que me pareció bastante destartalado y sucio. Javi me hizo una seña poniendo el dedo índice sobre los labios para indicarme que no hiciera ruido y yo comprobé que había luz bajo algunas de las puertas por las que pasamos al recorrer aquel pasillo. Enseguida penetramos en su dormitorio y allí, Javi me quitó el jersey y se quitó el suyo, me desabrochó la blusa y se desabrochó la suya, se esforzó por sacarme los pantalones y se despojó con facilidad de los suyos….

…El chico que compartía la cama conmigo se dio la vuelta con pereza, resopló, gruñó durante un rato y abrió un ojo. Al verme allí, mirándole con sorna, abrió el otro y me devolvió la sonrisa.
-Hola -me dijo sin moverse.
-Hola -le contesté.
Fue al responder a su saludo cuando me di cuenta de que tenía la boca completamente seca y pastosa. Especulé con una posible causa y aunque era probable que esa sensación estuviera motivada por el exceso de alcohol, enseguida se me vino a la mente otro motivo más embarazoso. Ya me había pasado algunas veces. Por eso, hice un esfuerzo por recordar cada vivencia, cada acto por pequeño que fuese, pero tenía muchas lagunas, seguramente por ese alcohol que había ingerido. Me llevé la mano a la cara y luego a los labios; nada definitivo aunque sí revelador. Intenté seguir haciendo memoria cuando el chico propietario de la cama volvió a abrir los ojos y a mirarme fijamente. Me sonrió y se abrazó a mí. Me besó en la cara.
-¿Has dormido bien? -me preguntó retirándome algunos cabellos que me cubrían el rostro.
-Sí. Hemos estado toda la noche aquí, ¿verdad?
-¿Ya no te acuerdas?
-Sólo de algunas cosas, bebí mucho anoche.
Se incorporó levemente y cogiéndome de los brazos, maniobró para ponerme boca arriba sobre la cama. Entonces, empezó a sobarme con aparatosidad.
-Pues tendremos que repetirlo para que te acuerdes.
-Estate quieto. ¿Qué hora es?
-No sé, las once o las doce.
-Pues tengo que irme.
Se puso a besarme y tras unos segundos de duda, respondí a sus besos con los míos. Nos empezamos a acariciar, sentí sus manos entre mis muslos y cuando quise darme cuenta, lo tenía encima de mí sin posibilidad y sin deseo alguno de zafarme.
-¿Te vas acordando?
Terminamos en unos minutos, como si los dos hubiéramos sido conscientes de que la mañana iba avanzando y se estaba haciendo tarde. Permaneció encima de mí unos segundos más, con la cabeza metida detrás de mi hombro, intentando recuperarse del esfuerzo. En esos momentos que pasamos en silencio, se me vino a la cabeza algo en lo que todavía no había reparado: que aquella era la primera vez que me acostaba con un chico sin que hubiera amor entre nosotros, sólo por practicar sexo, porque nos habíamos gustado, únicamente por el placer que íbamos a obtener. Y curiosamente, me sentí satisfecha de haberlo hecho, con la sensación de que había roto las últimas cadenas que me ataban a ese pasado que deseaba olvidar.
-Tengo que irme -le dije mientras me movía para que se diera cuenta de que quería salir de la cama. Javi se echó a un lado y yo aproveché para terminar de zafarme de él y saltar al suelo, donde me puse a buscar mi ropa como una idiota. Estaba completamente desnuda, paseándome de un lado a otro de la habitación mientras recogía una prenda por aquí y otra por allá, pero no tenía ninguna sensación de ridículo, ni siquiera de pudor.
-Oye, ¿dónde están mis bragas? -le pregunté harta de mirar por todos lados.
-No tengo ni idea, tú sabrás.
-Me las has escondido, ¿verdad? Anda, dámelas.
-No me jodas -vi que se sentaba en la cama-. ¿Para qué quiero yo tus bragas?
Las encontré liadas entre la colcha. Me las puse y terminé de vestirme mientras él continuaba semi sentado en la cama, mirando divertido lo que hacía. Luego, le pregunté si había algún baño en el que pudiera terminar de arreglarme.
-Saliendo, la primera puerta a la izquierda.
Cuando, quince minutos más tarde, regresé al cuarto, había mejorado mi aspecto considerablemente. Por lo menos, había podido lavarme la cara, peinarme y hacer que mi apariencia no fuese la de una loca desarrapada.
-Me voy -le dije cogiendo el bolso de la silla en que debí haberlo dejado por la noche cuando llegamos.
-Nos volveremos a ver ¿no? -Javi se había levantado y se paseaba por la habitación en calzoncillos.
Le miré un instante; luego, me encogí de hombros.
-Tú verás.
-Dame tu teléfono.
Se lo di y él no anotó en uno de los innumerables papeles que tenía sobre la mesa. Antes de acercarse para besarme suavemente en los labios, me prometió que me llamaría el siguiente fin de semana. Luego, salí al pasillo y allí, antes de alcanzar la puerta, me crucé con un chico que, en pijama, parecía dirigirse al baño.
-Hola -me dijo como si el hecho de encontrarme en aquella casa fuese la cosa más natural del mundo.
-Hola -le respondí bastante incómoda por su presencia.
-Oye -se volvió cuando ya iba a alcanzar la salida-. ¿Está Javi en su cuarto?
Me giré para mirarle sin soltar el pomo de la puerta, le hice un gesto con la cara y esperé un segundo.
-Y yo qué sé -le respondí después.
Y salí a la calle con el pequeño sofoco que me había provocado el descubrimiento de aquel chico, un sentimiento que, a decir verdad, se me pasó enseguida, el tiempo que tardé en darme cuenta que no me importaba nada lo que pensara nadie de mí.