domingo, junio 20, 2010

Hace tanto tiempo ya..... Primera parte



Me despertó el ruido vibrante y monótono de lo que, todavía entre sueños, me pareció la sirena apremiante de una ambulancia que tardaba demasiado tiempo en pasar y que, sin embargo, no resultó ser más que la alarma inútil de algún coche estacionado que había saltado sin motivo alguno.
En cuanto abrí los ojos, aún en ese estado de duermevela que es propio del despertar, me di cuenta de que aquella no era mi cama ni el lugar en el que me hallaba mi habitación. La ventana estaba cerrada pero la persiana se encontraba a medio bajar y eso hacía posible que la claridad del nuevo día iluminara la estancia lo suficiente como para poder apreciar todos sus detalles. La primera impresión que tuve fue que era un cuarto pequeño sin apenas muebles y con las paredes prácticamente desnudas pintadas de un rabioso salmón en el que, a pesar de su estridencia, no recordaba haberme fijado. Únicamente había un póster muy grande de un paisaje marino que no reconocí, muy cerca de una estantería repleta de libros, algunos bastante pintorescos. La pared que había a mi derecha se hallaba ocupada por una mesa que podía identificarse como de estudio, llena hasta arriba de papeles, bolígrafos, cuadernos y un cenicero rebosante de colillas, y junto a ella, una silla de la que colgaban unos vaqueros que muy posiblemente eran míos.
Para ese momento de mi despertar ya me había dado cuenta de que no estaba sola y de que compartía aquel pequeño catre con otra persona, un cuerpo desnudo cuyo trasero se apretaba inmisericorde contra mi barriga. Fue entonces cuando sentí que tenía entumecidas las piernas, posiblemente porque apenas disponía de sitio para alojarlas en la cama.
Los primeros recuerdos llegaron enseguida a mi cabeza. Sara me había vuelto a insistir para que saliéramos esa noche con el ánimo dispuesto a todo, según sus propias palabras, y yo había tardado bastante en convencerme a mí misma de que no podía seguir viviendo atada a ese pasado que no dejaba de atormentarme y de que las dos o tres veces que ya había salido con ella no debían ser un paréntesis en mi solitaria existencia. Por fin acepté su invitación pensando que ya era hora de cambiar de actitud, que era totalmente libre, que podía hacer lo que me diese la gana y sobre todo, que llevaba muchas semanas sin alternar con amigos y sin salir con otra persona que con ella misma o con alguna otra amiga, la mayoría de las veces para lamentarme de mi mala suerte y para despotricar contra los hombres.
Decidimos ir a Up que era una discoteca de moda pero algo más tranquila, en lo que a su música se refería, que otras que había frecuentado en anteriores ocasiones. Yo nunca había estado allí y la verdad es que me gustó mucho. Era bastante grande, con una primera zona más alta, donde se hallaba la barra y la mayor parte de la gente, y otra en un nivel un poco más bajo, quizá un metro, donde se encontraba la pista de baile y un nutrido número de mesas. El sitio estaba bastante oscuro, iluminado con luces de colores y esas otras estroboscópicas que había sobre la pista y que daban ese aspecto tan raro a la gente que bailaba en ella. Estaba decorado en tonos rojizos y negros y la música que sonaba a toda potencia era diversa, alternando el rock más estridente con otras canciones más lentas y románticas.
Mientras trataba de descifrar los títulos de los libros que se hallaban en aquella estantería desordenada, recordé que Sara y yo nos dirigimos a un lugar de la barra que nos pareció menos concurrido pero al que , aun así, no fuimos capaces de llegar, teniendo que agradecer a algunos chicos que hicieran de intermediarios entre el camarero y nosotras, primero para trasmitirle nuestro pedido y después para que nos pasaran los dos cuba libres que habíamos solicitado.
No me acordaba de la conversación que habíamos tenido en ese momento, aunque me figuré que lo más natural habría sido que hubiésemos estado comentando los pormenores de aquella discoteca, pero sí tenía en la cabeza el recuerdo de que nos habíamos reído bastante, que habíamos bailado durante un rato y que habíamos regresado luego a nuestro sitio de la tercera fila de la barra. Llevábamos casi media hora en la discoteca cuando se nos acercaron dos chicos con bastante buena pinta. Uno de ellos era bastante alto, con el pelo un poco alborotado, los ojos enrojecidos por el humo del ambiente, y con un tipo estupendo. Llevaba un jersey oscuro y unos vaqueros celestes. El otro no era tan alto pero también estaba de primera, el cabello bien recortado, la sonrisa misteriosa y con una expresión que atraía. Vestía de forma parecida a su amigo, aunque posiblemente los colores no eran los mismos.
-Hola -dijo el más alto-. ¿Tenéis fuego?
-No fumamos -respondió mi amiga con mucho atrevimiento-, pero si os podemos ayudar en otra cosa.
-Pues sí -dijo después de dudarlo un segundo-. A lo mejor os apetece que bailemos un rato.
Me tocó hacerlo con el más alto que, por cierto, se llamaba Javi, con quien permanecí en la pista casi veinte minutos dando saltos sin tino al ritmo de una música con la que apenas había bailado en los últimos tiempos.
Aquel era mi primer ligue en muchos años y no sé por qué, ese detalle hizo que me sintiera más joven o, quizá, fuera más correcto decir más libre. No sé, el caso es que me sentía bien, contenta, con ganas de seguir con todo aquello.
Regresamos a la barra y pedimos nuevos cuba libres. Mientras nos los bebíamos me enteré de que Javi estudiaba económicas, que vivía en Málaga con su familia, pero que pasaba los fines de semana en Marbella donde compartía un piso con algunos amigos. Yo también le conté algunas cosas mías, aunque no le mencioné en ningún momento a Daniel ni mucho menos mi fugaz relación con Elías, motivo último de que me encontrase allí con él. El caso es que muy pronto averiguamos que nuestra conversación duraba más que nuestras bebidas y cuando quise darme cuenta, tenía otro vaso en la mano. Javi propuso que volviéramos a bailar, aprovechando que estaba sonando música más lenta. Me pareció bien, sobre todo porque los tres cuba libres me habían mareado un poco y no me sentía capaz de ponerme a trotar en medio de aquella pista sin correr el riesgo de rodar por el suelo vergonzosamente.
A partir de ahí empezaron los achuchones. Nos habíamos abrazado para bailar y Javi aprovechó la circunstancia para comenzar a mover sus manos por mi cuerpo. Primero lo hizo con bastante comedimiento, cambiándolas de sitio en mi espalda y arrimándose hasta hacerme sentir la presión de su cuerpo contra el mío o de sus caderas contra las mías. Pero cuando vio que no le ponía inconvenientes y que, aunque no le devolvía sus efusiones, tampoco las rechazaba y prefería hacerme la despistada, decidió pasar a la acción. Y es que a pesar de que hacía bastantes años que no había vivido una situación como aquella, tenía una cierta experiencia y sabía que si no mostraba un rechazo tajante a sus insinuaciones, le daría pie para lanzarse definitivamente. No sé si eso era lo que yo quería pero, desde luego, fue lo que hice. Un instante después, Javi me estaba besando disimuladamente en el cuello y estrechándome con sus brazos para que mis pechos se empotraran en el suyo. El siguiente paso fue el primer beso en la boca que hubo entre nosotros y que fue seguido de otros muchos antes de que regresáramos nuevamente a nuestro lugar cerca de la barra, donde nos reencontramos con mi amiga Sara y su compañero que, a juzgar por las apariencias, habían estado haciendo lo mismo que nosotros.
Para ese momento, Javi ya me rodeaba los hombros con su brazo con toda naturalidad y como si hubiéramos estado saliendo juntos durante varios meses cuando la realidad era que aún no hacía ni dos horas que nos habíamos conocido. De vez en cuando, retiraba el brazo de mis hombros y me rodeaba con él la cintura para, aprovechando mi estudiada indiferencia, bajar la mano hasta mi trasero y dejarla allí discretamente mientras escuchaba cómo mi amiga o el suyo contaban alguna tontería que a todos nos parecía muy graciosa.