Canarias

Hace varios años tuve la oportunidad de viajar a Tenerife. Debía tener yo diecinueve o veinte años porque estaba empezando la carrera y nos reunimos cuatro amigas con la intención de pasarlo lo mejor posible. Solamente estuvimos cuatro días pero fueron unos días estupendos. Paramos en el Puerto de la Cruz, creo recordar que en un hotel que debia llamarse San Antonio o algo así (estaba bien, con una piscina en el centro y alrededor los bungalows pero estaba bastante lejos del centro y de la playa para lo que había que bajar y subir un desnivel tremendo).

Alquilamos un coche y recorrimos la isla, Santa Cruz, la playa de las Américas, la Orotava, Icod con el drago y, por supuesto, el Teide. Incluso salimos una noche con unos chicos, los primeros canarios a los que conocía. Allí fue donde probé por primera vez el mojo, las papas arrugadas y alguna otra cosa, aunque no supe lo que eran las arepas hasta mucho tiempo después.

Hace unos días me llamó una de aquellas chicas con las que hice aquel viaje. Hacía mucho tiempo que no sabíamos la una de la otra porque vivimos en distintas ciudades y durante la conversación me dijo que tenía pensado hacer un viaje a Lanzarote y Las Palmas y que si quería apuntarme al mismo.

Mi amiga no sabía que vivo atada a una máquina y que no puedo desplazarme a ningún sitio pero aún si hubiera estado sana le habría dicho que no. Durante varios años una de mis mayores ilusiones fue viajar a esos lugares, quedarme allí aunque sólo fueran los mismos cuatro días de la primera vez. Siempre he estado segura de que más bien pronto que tarde lo haría pero las cosas cambian en la vida y aunque nunca se puede decir que de este agua no beberé, no está entre mis proyectos, ni próximos ni lejanos viajar a las islas Canarias. Al fin y al cabo quién hace un viaje para pasarse todo el tiempo llorando.