miércoles, febrero 07, 2007

Sexo



Me hallo de rodillas, con los brazos extendidos hacia delante y la frente casi rozando el suelo, en esa posición de respeto que tan bien tengo aprendida. Todavía presento en el cuerpo las marcas lacerantes de los azotes y en las muñecas y en los tobillos las señales que han dejado las cuerdas que me han mantenido en esa postura forzada y humillante. Y ahora sé que ha llegado el momento, que por fin mi Amo me va a usar sexualmente. Es esa certeza la que me hace percibir la enorme inquietud que me embarga.

Mi Amo se pone en pie, adelanta un paso y se coloca frente a mí. Me coge del cabello y me obliga a levantar la cabeza.

"Chúpamela, puta de mierda", me dice al tiempo que suelta mi cabello.

Mi reacción es contradictoria. No puedo negar que la orden de mi Amo me ha excitado profundamente, que me ha hecho sentirme como esa esclava que deseo ser y que me veo obligada a realizar una acción absolutamente humillante porque el Dueño de mi voluntad así lo ha decidido. No es un sentimiento lascivo ni tengo la sensación de ser una mujer a la que su compañero le ha pedido que participe en el juego sexual. Es un sentimiento de humillación, la certeza de estar siendo vejada hasta situarme en ese papel de puta que en verdad me corresponde.

Ni siquiera me planteo otra opción que la de obedecer. Sé que no puedo negarme, levantarme de mi posición y abandonar la mazmorra, no ya porque hubiera sido impropio, sino porque mi principal pensamiento ha sido aceptar mi condición de esclava y actuar conforme a ella.

Conduzco el sexo de mi Amo a su objetivo y trato de cumplir mi cometido sin pensar en nada, tan maquinalmente como puedo, sabiendo que la humillación que siento representa la mejor manera que tengo de dar placer a la persona a la que sirvo y me someto y que ese placer suyo es mi satisfacción de esclava.

Un rato más tarde, mi Amo vuelve a ser ese amigo comprensivo que toma un café con su perra en el salón de su casa y yo pienso que acabo de traspasar la barrera, que estoy al otro lado y que ya no hay marcha atrás.