jueves, enero 18, 2007

Secuelas



Te llevas una alegría cuando te enteras de que ese libro que necesitas para el curso y que cuesta una fortuna lo tiene una amiga y te lo puede prestar. Quedáis para ir a su casa a recogerlo y una mañana, al término de las clases, te subes a su coche para recorrer los doce kilómetros que os separan de la urbanización en las afueras de la ciudad, donde resides.

Es noviembre y hace un mal día. Ha estado lloviznando toda la mañana y la temperatura es desagradable. Sin que os importe, hacéis el trayecto inmersas en una charla entretenida que sirve para que los minutos pasen más rápidamente. Estáis a punto de llegar al pueblo para lo que hay que rodear una rotonda de la que salen varios ramales. Al hacerlo, tu amiga disminuye la velocidad del coche pero, sin saber cómo, las ruedas patinan y el auto se va bruscamente a la izquierda, invadiendo el carril contrario. Y en ese mismo instante te das cuenta. Otro coche viene de frente y el impacto es inevitable. Es una décima de segundo. Lanzas un grito y tensas el cuerpo como si con ello te pudieras proteger con alguna garantía. Luego, oyes el chirriar de los neumáticos, el golpeteo de la gravilla, la lluvia que sigue cayendo y, al final, ese golpe seco y aparatoso que precede al silencio.

Durante los momentos que siguen tu desorientación hace que no sepas dónde estás ni lo que ha pasado, ni siquiera si te encuentras con vida o si sigues entera.

Después, la cadena de acontecimientos que comienza con la detención de los coches que circulaban junto al vuestro, con la gente que se arremolina, con la visión de tu amiga, como tú viva. Os ayudan a salir del coche, escuchas las sirenas de la policía y de las ambulancias y te ves a ti misma sobre una camilla que descansa en el asfalto. Te preguntas lo que tendrás y, sobre todo, si lo tendrás para siempre.

En el hospital te lo dicen: Te has roto la columna y el esternón y el brazo izquierdo. El cinturón de seguridad se te ha clavado en la garganta. Le dices a alguien que llame a tu familia y luego, cierras los ojos y te preguntas si volverás a ser la misma de antes. Todavía no eres consciente de que esa mañana de noviembre tu vida ha cambiado para siempre.