viernes, diciembre 22, 2006

Deber de esclava



Me ha llevado hasta el otro extremo del cuarto tirando de la correa que sujeta mi collar y lo ha hecho con una brusquedad que no suele emplear, hasta el punto de que he dado un traspiés y he estado a punto de caerme al suelo. Allí, en el rincón, libera mis muñecas de las esposas que las han mantenido tras mi espalda y levantándome los brazos me los sujeta con sendas correas de cuero, allá en lo más alto, obligándome a sostenerme con el solitario apoyo de las puntas de mis pies. Me gira levemente para que quede mirando a la pared y se sitúa detrás de mí.

Durante unos segundos no hay más que silencio y quietud. Sé que se está moviendo por la habitación pero no puedo ver lo que hace, hasta que de improviso percibo su mano deslizándose sobre mi piel. No puedo evitar un estremecimiento que él también nota, me da dos cachetes y me susurra sus intenciones muy cerca del oído. Lo siguiente que me convulsiona es el impacto del látigo sobre mi piel. Me sacudo y me tenso; espero el siguiente que llega un instante más tarde.

A pesar del dolor me siento bien. Sé que estoy sirviendo a mi Amo y me siento orgullosa de ser su esclava, pero van cayendo, uno tras otro, los azotes y la sensación de quemazón empieza a hacerse insoportable. Por eso, intento no pensar en nada, abstraerme, comprender que mi único cometido es satisfacer a mi Señor, pero los golpes arrecian e inesperadamente se hacen extraordinariamente violentos. Ni siquiera el roce de sus dedos o el masaje que da con su mano a la zona dolorida puede aliviar mis sensaciones y cuando descarga la segunda tanda siento que se me rasga la piel y entonces grito. Mi Amo susurra algo, vuelve a azotarme y las primeras lágrimas se agolpan en mis ojos. Sé que no estoy teniendo el comportamiento ejemplar que él espera de mí pero mis gemidos se han hecho ya continuos, siento que me tiemblan las piernas y que de mi garganta está a punto de salir la palabra maldita. Sin embargo, no la pronuncio, cesan enseguida los azotes y mi Amo se acerca para besarme en la frente y para decirme cuánto placer ha sentido. Y yo vuelvo a llorar con más fuerza, aunque ahora no es por el dolor, aunque ahora es por la alegría de haber cumplido con mi deber de esclava.