jueves, noviembre 23, 2006

El encuentro



Mes de julio. Calor sofocante. Miro el tablón en el vestíbulo de la Facultad y compruebo, alborozada, que he aprobado la última asignatura de mi carrera. Por fin, he terminado y desde hoy, paso de ser una esforzada estudiante a una profesional en paro. A pesar de la perspectiva laboral doy un grito de alegría, miro al compañero que comprueba junto a mí sus notas y nos abrazamos.
Unos días más tarde, me subo al avión que he elegido para que me transporte al lugar de mis vacaciones. Sólo una vez había disfrutado de unas vacaciones organizadas por mí misma, en las que soy yo sola la que voy a viajar. Para ello he tenido que renunciar al viaje fin de carrera a una capital extranjera porque necesito la mayor cantidad de dinero posible, todo el que me permita llegar al destino, residir allí durante quince larguísimos días y regresar al punto de partida.
El avión despega sin incidencias y unos minuots después sobrevuela plácidamente por encima de las nubes, una placidez que yo empiezo a perder en cuanto me acuerdo de lo que me espera. Entonces, me doy cuenta del lío en el que me he metido, de lo que va a significar una decisión sobre la que llevaba pensando tanto tiempo que nunca llegué a creer que pudiera convertirse en realidad. Incluso hay un momento en el que un impulso maligno me hace calibrar la posibilidad de romper la ventanilla y lanzarme al vacío, sosegada en parte porque abajo, el océano mitigará mi caída. Pero sé que es una tontería, que se trata de un desahogo con el que poder calmar mi inquietud.
Mucho antes de lo que esperaba la voz del sobrecargo anuncia que dentro de unos minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de destino y al oírlo mis nervios se disparan y mi mente se vuelve loca pensando en mazmorras, látigos, cuerdas, cadenas, potros, horribles pinzas y, finalmente, sangre, mucha sangre. Entonces sé que tengo miedo; también que ya no hay vuelta atrás.
Aterrizamos sin novedad, me levanto como una autómata después de varios infructuosos intentos por desabrochar mi cinturón, camino por el pasillo del avión y alcanzo la puerta. Allí, correspondo a la sonrisa de la azafata y entro en el túnel que me va a conducir a la terminal.
Y entonces me entretengo en el terrible dilema de si seré capaz de reconocerle, de si sabré quien de entre toda la gente que esté allí es la persona que me espera, de quién soy realmente propiedad.
Recojo mi escueto equipaje y salgo por fin al vestíbulo de llegada en el que, como había previsto, hay numerosas personas. Miro alrededor con el corazón saliéndose de mi pecho, con la opresión que me ahoga en el cuello pero también con el entusiasmo que proporciona alcanzar la cima de lo que se desea.
Mi Amo está allí, lo veo con claridad y sé que es él. Camino unos pasos y me parece que sonríe. Entonces, no sé qué hacer, si correr hacia él y besarle, con el riesgo de que lo considere una falta de respeto, o arrodillarme delante de él, mostrándole mi respeto.
No decido nada conscientemente pero cuando me encuentro frente a él, ya no tengo ninguna duda de cuál será mi saludo. Ni tampoco el suyo.

2 Comments:

Blogger Tarha said...

si ya,pero se te olvido decirme el numero del vuelo.
Tarha

21:55  
Blogger Silvia said...

¿Y qué más da Amo? Iria al lugar donde trabaja, preguntaria por la Torre y me presentaría allí, con mi maletita y mi collar.

22:25  

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