lunes, octubre 09, 2006

La subasta

Te lo digo en serio. Ni siquiera me acuerdo de por qué estaba allí. Lo que sí sé es que la situación era totalmente real, no un sueño como insinúas. Me acuerdo de que me encontraba de rodillas y sentada sobre mis talones al lado de mi Amo quien, a su vez, permanecía sentado en una cómoda butaca, con un vaso de whisky en la mano y una correa formada por pequeños eslabones metálicos que terminaba en el collar que rodeaba mi cuello. Estaba vestido de manera deportiva mientras que yo, como casi siempre, me hallaba completamente desnuda. Aquello era uno de esos clubes de sado de cuya existencia tanto dudas pero que sí existen en la realidad, aunque no sé por qué mi Amo me había llevado hasta allí si no pensaba hacerme participar en ninguna de las actividades que se celebraban en el local y a las que tan adictos parecían ser la mayoría de los Amos.
Pero no quiero perderme y lo que deseo contarte es la sensación que tuve con el espectáculo que estaba viendo y al que mi Señor me obligaba a asistir, no sé si porque a él le gustaba o para insinuarme lo que podía hacer conmigo si llegaba el caso.
Ya habían pasado algunas chicas pero en ese momento sólo había una sobre la tarima. Era extraordinariamente joven, poco más que una adolescente, aunque por allí aseguraban que ya había cumplido los veinte. Estaba desnuda, con las manos detrás, un collar del que colgaba una cadena y la mirada vacía, distante, puesta en algún lugar de la lejanía.
El maestro de ceremonias la cogió de un brazo y le hizo dar unos pasos hacia delante. Luego, dirigiéndose a los que rodeaban el entarimado, empezó a vociferar las supuestas cualidades de la chica: su edad, su aspecto, sus habilidades, sus límites, su salud, su disposición... Al final, marcó el precio de salida: quinientos euros. Poco a poco, aquellos hombres fueron subiendo la puja, quinientos cincuenta, seiscientos, setecientos, mil. Ahí se detuvo la cuenta. Una esclava que valía mil euros.
A la chica comenzaron a brotarle lágrimas de los ojos al tiempo que su cuerpo empezaba a temblar. Fue el instante en el que alguien ofreció mil quinientos euros, ofrecimiento que animó a los demás a ir subiendo hasta los dos mil quinientos. Con esta última cifra se hizo el silencio, todos miraron al futuro dueño de la muchacha y contemplaron a un hombre de mediana edad, con muchos kilos y con una más que moderada calva.
¡Vaya papelón para la esclava! Fue entonces cuando mi Amo tiró de la correa con la que me amarraba para obligarme a girar el rostro y mirarle. Lo hice pero no pronuncié palabra alguna. No le importó, sabes. Él ya conocía lo que yo pensaba de todo aquello. Por eso, no me pilló de sorpresa su reacción. Levantó la mano, esperó a que le miraran y ofreció cinco mil euros
por aquella esclava.
¡Adjudicada!
Mi Amo volvió a mirarme, me sonrió, hizo un gesto que sólo yo conocía y acercando su boca a mi oreja susurró:
"Ahora tendrás una hermanita"