viernes, octubre 31, 2008

El lenguaje de la esclava


Uno de los aspectos más demostrativos del grado de sumisión y compromiso de una esclava es su comportamiento ante el Amo. Sería impensable la actitud de una esclava que ante la aparición de su Señor en la habitación en la que se halla permaneciese sentada o no prestase toda la atención ante esa llegada.
Pero cuando un Amo se relaciona con su esclava a través de un chat o de cualquiera de los programas que existen, la faceta que parece más importante y evidente de ese comportamiento es el lenguaje. Es así porque en las conversaciones a través de Internet no es posible en muchas ocasiones apreciar los gestos, ni la modulación de la voz, ni la expresión de la cara, ni la postura y por todo ello, el lenguaje empleado por la esclava adquiere una importancia decisiva.
Hay Amos que son extremadamente estrictos en este tema y exigen a sus esclavas un lenguaje perfecto, la inclusión de la palabra Amo o Señor en cada frase, incluso en cada linea, un saludo predeterminado o una despedida formal. Otros, en cambio, no dan importancia a este tema y permiten que sus esclavas se expresen incluso con el tuteo.
Mi Amo no es tan estricto como en el primer caso aunque es posible que le gustara serlo. Aun así, me exige un lenguaje correcto y respetuoso que incluye el trato de usted, el uso de Amo o Señor en las frases, la prohibición de personalizar cuando hablo de mí misma y una serie de normas que son de obligado cumplimiento pero que con demasiada frecuencia olvido porque realmente soy un desastre en este asunto. Mi Amo hace con frecuencia la vista gorda y sólo cuando la situación llega a cierto extremo es cuando me pone los puntos sobre las ies y me recuerda que me estoy jugando un castigo.
Espero mejorar en este aspecto, uno de los que peor he llevado siempre y espero hacerlo, no por miedo a un castigo, sino porque aparte de parecerme trascendental la forma en que una esclava se dirige a su Amo, demuestra el grado de sumisión y de sometimiento que esa esclava tiene con él.

miércoles, octubre 15, 2008

El último tren


Una de las mayores ilusiones que ha tenido en su vida ha sido ser esclava. Desde hace tiempo piensa que llegó a ese deseo porque durante su adolescencia y primera juventud fue una rebelde, "alguien imposible de tratar", como decían sus padres. Empezó a soñar con alguien que fuera capaz de doblegarla, esa persona que, según su madre, no podía existir, alguien que la pusiera a raya y contra la que no se atreviese a rebelarse. Estaba segura de que si la encontraba sería merecedora de ser su príncipe azul.
Algún tiempo después, jugaba con su pareja a ser dominada. Castigaba su mal comportamiento atándola a la cama o dándole una tanda de azotes, a veces entre las risas de los dos y otras creando un ambiente que cada vez se tornaba más sorprendente y excitante.
Cuando empezó a leer libros sobre BDSM se quedó fascinada. Llegó a desear con todas sus fuerzas ser esa esclava que, después de ser azotada, es introducida a cuatro patas en una mazmorra, a la que un Amo baja los humos haciéndole comer y beber en un bol en el suelo y a la que encierra luego en una perrera para que pase la noche. Ya no buscaba príncipes azules porque había aprendido que los príncipes azules no existen, pero sí empezó a buscar a un Amo que supiera doblegarla, que fuera capaz de someterla y vencer su rebeldía. Lo encontró un día y tuvo que reconocer que cambió su forma de ver las cosas y de enfrentarse a ellas, hasta el punto de que, siguiendo sus órdenes, no volvió a discutir con nadie ni a querer tener razón. Cuando estaba frente a él se sentía empequeñecida, insignificante, realmente sometida a su persona. Llegó a estar convencida de que él sería quien la llevaría a esa mazmorra tirando de su correa, quien le daría de comer en el suelo y quien haría que se sintiera como una perra o como un simple objeto cuya única utilidad es dar placer y satisfacción a su dueño.
Pero no contaba con los imponderables. Tampoco contaba con la mala suerte. Los imponderables de los recelos, de las imposiciones, de los destierros, de la vergüenza a ser descubierta. La mala suerte de la enfermedad, de los obstáculos insalvables, de la realidad que nunca coincide con los deseos que se tienen.
Hoy se conforma con servir a su Amo haciendo cosas que ya hacía hace años y espera el paso del tiempo como si esa fuera la solución o como si el tiempo fuese eterno y nada cambiase en su transcurso.
Dicen que cada tren pasa una vez por la vida de una persona. Ella tomó el suyo y lo sintió circular a una velocidad muy superior a la que creía como normal pero, por imposición, por ignorancia o por miedo, la obligaron a bajarse y a tomar otro. A pesar de ello nunca ha perdido la esperanza ni el deseo de regresar al suyo, siempre lo ha tenido en su cabeza y siempre ha tratado de reanudar su trayecto en él.
Pero una estúpida enfermedad no le permitió correr lo suficiente para alcanzarlo y se quedó allí, de pie en el andén, mirando cómo se alejaba, consciente de que lo había perdido, consciente de que era el último que pasaba, su último tren.