martes, septiembre 25, 2007

El escorpión


Voy andando hacia atrás
como me decían, cuando era niña,
que andaba el escorpión.
Y así, cuando soy esclava
soy menos esclava que cuando era sumisa.
Y así, cuando era sumisa
lo era menos que cuando me abrasaban
cientos de fantasías que me hacían temblar.
Temo que si algún día soy kahira,
sea menos kahira que aquella niña
a la que algunos engañaban
con el andar confuso del escorpión.

domingo, septiembre 23, 2007

El Placer


Me pregunta mi Amo si me gusta ser atada y azotada. Le respondo que claro que me gusta, que me encanta ser atada y azotada. Luego, mi Amo añade: "Imagínate desnuda, atada por los brazos al techo y las piernas abiertas al máximo y atadas al suelo por los tobillos, amordazada con una bola, con las tetas pinzadas y siendo azotada por tu Amo. ¿No sientes placer, perra?
Naturalmente que siento placer como también lo tengo al sentirme humillada y vejada, un placer tanto más intenso cuanto más humillada y más vejada estoy. Pero en mi interior sé que el origen de ese placer es otro, que la explicación de ese sentimiento es la contraria. Es decir, el placer que siento con los azotes o al estar humillada y vejada no es tanto por el hecho en sí o por el componente masoquista que pueda haber en mi personalidad, sino porque pienso que a mi Amo le encanta azotarme y verme humillada y vejada, que esa es la razón de su placer y, como consecuencia, del mío. Lo que más deseo como esclava es la satisfacción de mi Amo y si mi Amo obtiene esa satisfacción viéndome a sus pies, siendo azotada u observando como como del suelo, mi deseo está colmado y, por tanto, mi satisfacción también. ¿Podría obtener placer recibiendo un severo castigo corporal si notase que mi Señor se estaba aburriendo o que me azotaba por inercia y sin mostrar ningún interés? Estoy segura de que no.
Por tanto, por supuesto que me encanta estar atada del techo recibiendo un castigo, pero no principalmente por sentirme sometida o por el dolor, sino porque ese sometimiento y ese dolor es lo que busca mi Amo y lo que exige de mí y como yo se lo estoy ofreciendo mi felicidad y mi placer se convierten en la razón de ser de mi esclavitud.

jueves, septiembre 20, 2007

El Destierro


Estoy viviendo un destierro. Me dicen que dorado y es posible que lo sea, pero destierro al fin. Estoy viviendo en el exilio, lejos de todo lo que me es cercano, cumpliendo oficialmente una etapa más de mi formación y aprovechando, también de manera oficial, la oportunidad de ejercer mi primer trabajo. Me han mandado al exilio por mantener la postura que creí que había que mantener, por conservar mis convicciones, por querer seguir siendo quien ahora soy. Me enviaron al destierro para que no volviese a caer en la tentación, para que renunciase a mis ideas, para que me mantuviese alejada de cualquier contacto pernicioso y tuviera tiempo de recapacitar. Ha sido un castigo duro disfrazado de un premio que redundara en un beneficio futuro para mi bienestar.
Tengo la esperanza de que en la próxima ocasión en que suceda algo parecido, no me pongan un castigo tan drástico, que cuando de nuevo tenga que poner por encima de otras consideraciones, mi dignidad, mi seguridad, mi interés y mis convicciones más personales, no se tomen esa postura por lo que nunca ha pasado por mi mente hacer.

sábado, septiembre 15, 2007

Suposiciones


Supongamos que una noche decido salir con un grupo de amigos a tomar unas copas por los bares de moda. Supongamos que iniciamos la ronda en uno de los que siempre solemos frecuentar, que allí tomamos el primer cubata y que desde allí, decidimos ir al siguiente lugar. Supongamos que todos tenemos ganas de pasarlo bien, que charlamos animadamente, gastamos bromas, nos reímos y vamos creando un ambiente inmejorable. Supongamos que a la tercera copa me doy cuenta de que en el grupo hay un chico que está como un tren y que decido regalarle una de esas sonrisas que no olvidará en varios meses. Supongamos que se acerca adonde yo estoy y me suelta un cumplido bastante burro que a mí me parece encantador. Supongamos que un rato más tarde conversamos entre sonrisas, miradas que lo dicen todo e insinuaciones vagas. Que de repente me doy cuenta de que su brazo está rodeando mis hombros y que yo, en vez de quitárselo, le muestro una sonrisa bobalicona. Supongamos que después de eso me convence para que dejemos al grupo y nos vayamos a tomar una copa los dos solos. Que me conduce a un bar oscuro y en el que suena una música suave y tranquila. Supongamos también que al cabo de un rato empeiza a toquetearme y que, sorprendentemente, no le digo nada, hasta el punto de que unos minutos más tarde, nos estamos besando sin disimulo en la barra de aquel bar. Supongamos, por qué no, que salimos a la calle con su brazo rodeando mis hombros y con el mío rodeando su cintura, en ocasiones sus caderas, que de vez en cuando nos besamos y que cuando no, nos reímos a pesar del alcohol que llevamos encima. Supongamos que cuando por fin amanece estamos los dos metidos en la misma cama, desnudos y sin apenas haber pegado un ojo. Supongamos que al día siguiente y en un gesto de honradez le cuento a mi Amo el pequeño percance que he tenido, sin darle importancia y como la cosa más tonta del mundo.
La siguiente suposición es la más complicada. ¿Qué se supone que debería hacer mi Amo? ¿Dejarlo pasar con un comentario divertido o castigar mi comportamiento? Y si la respuesta es que debería castigarme, ¿qué clase de castigo? Un castigo leve, uno más severo o debería ponerme el castigo del siglo.

domingo, septiembre 09, 2007

El tren


He estado soñando tanto con aquel día que he formado en mi mente una historia tan perfecta que, a pesar de ser ficticia, podría relatarse sin dificultad. He pensado tanto en aquel cuarto que soy capaz de construirlo palmo a palmo, mueble a mueble, detalle a detalle. He imaginado con tanta perfección todas esas escenas que a veces estoy segura de haberlas vivido, de que han formado parte de mi existencia real de esclava.
Pero sólo ha sido un sueño, un mero pensamiento o un ejercicio de imaginación. Aquella tarde iba a pasar mi tren, ese que sólo pasa una vez en la vida, y yo iba a estar en la estación para cogerlo. Pero ni siquiera tuve opción. No fue que no quisiera subirme o que no llegara a tiempo de hacerlo y lo perdiera. Fue que no me dejaron estar o tal vez fue que el tren tampoco pasó y todo fue una absurda quimera.
Hoy sé que mañana volverá a pasar el tren, que se detendrá en la estación y que incorporará a los viajeros que deseen subir, y sé que alguno de esos viajeros tendrá la oportunidad intacta de recorrer el camino y vivir esa historia que yo no pude vivir y con la que tanto he soñado desde entonces.
Lo peor de todo es que en mi pueblo ya no hay estación.